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.....Blog personal sobre mis extrañas cavilaciones.....

Miedos, mieditos y miedotes

miércoles, agosto 20, 2014

Voy a confesarles algo:
Desde siempre los perros me han dado miedo. Bastaba con acercarme a uno pequeño para gritar histericamente y salir llorando del lugar. Algunas personas intentaron calmarme con palabras de aliento -según ellos- como el clásico "los perros huelen tu miedo". ¿A quién se le ocurre decirle eso a una niña? A partir de ese momento les temía más que nunca, pues pensaba que podían atacarme ante mi incapacidad de reprimir el miedo que les tenía. Cuando crecí, mis "amigos" trataban de ayudarme a superarlo acercándome a perros realmente grandes, mansos pero grandes. Hasta la fecha no se si realmente lo hicieron por ayudar o solo por que les daba risa mirarme muerta del miedo. Bastó que la gente me dejara en paz para acercarme lentamente a los perros, primero los cachorros, luego a los más viejos pero cariñosos. Actualmente, los perros grandes me asustan, los medianos me incomodan y adoro a los pequeños, pero ya no salgo llorando ni grito como loca, salvo en las ocasiones que la gente no logra comprender mi situación y me obliga a enfrentarme a ellos sin preparación previa en vez de cuidarme. Hoy día, mi padre aun dice "chingadamadre contigo" cuando paso junto a uno que me atemorice y le pido su ayuda, pues obviamente me la niega.
Ese miedote ahora es solo un miedo.

Cuando era pequeña, me gustaba mucho jugar con el fuego; quemaba papelitos en el patio de la casa, encendía velas y jugaba con la cera o simplemente me quedaba mirando la flama. Tendría diez años cuando me llegó la trágica noticia de que mi padrino y uno de sus hijos, ese que tenía la misma edad que yo, habían fallecido en un accidente. Un incendio. ¿Y de que forma explicarle eso a una niña? "Es que explotó el boiler". Así fue como durante muchos años viví temerosa del fuego. Ya con el tiempo me enteré que el detonante habían sido los vapores de una garrafa de gasolina que estaban vertiendo muy, muy cerca del aparato. A causa de tal desinformación, no se encender cerillos, prefiero las estufas eléctricas y los encendedores largos, jamás en la vida he encendido un boiler. Para desgracia mía, mi mente era tan activa que durante muchos años, solo me imaginaba esa trágica y dolorosa muerte a causa del fuego, así que decidía simplemente alejarme de él, ya que las quemaduras duelen. Desde los 12 años en adelante, mi madre trataba de enseñarme a cocinar, le explicaba que el fuego me daba miedo y ella solo hacía algo similar a lo de mis amigos con los perros: empujarme frente a un sarten con aceite y regañarme por no ser capaz de freír un huevo. Bastó que en la casa me dejaran en paz para ir descubriendo que si podía cocinar, hasta puedo freír papas y sushi. Aun queda camino por recorrer, pero sé que con paciencia y a mi ritmo podré superarlo.
Ese miedote se volvió un miedito.

A los seis años, jugaba mucho a ser mamá, con el clásico suéter bajo la blusa, leía libros que tenía a la mano y hablaban sobre el tema y todo el asunto del embarazo se me hacía algo bonito. Crecí y comencé a ver películas, las tías -y posteriormente primas, amigas, etc.- hablaban frente a mí de lo doloroso que había sido el simple proceso de dar a luz. Claro, después de eso me daba miedo quedar embarazada, pero mi estilo de vida no me permitía preocuparme mucho de eso. Ahora voy a casarme. Con un hombre. Nadie me deja en paz con el tema de convertirme en madre.

Una vieja amiga

domingo, abril 13, 2014

Hace un par de años, no encontraba escapatoria y el futuro se tornaba tenebroso, por lo que quise encontrarme con alguien. Infructuoso el plan, descubro que no queda más remedio que seguir adelante. Con el pasar del tiempo pude olvidar aquello que me llevó a ese intento de cita, pero recordándolo como una actitud bastante tonta de mi parte.

Desde hace unos cuantos meses, sucede que en ocasiones despierto con el corazón latiendo con tanta fuerza casi a salirme del pecho, con los pelos de punta y miedo por que he recordado a esa vieja amiga que inevitablemente miraré de frente. Me recuerda su existencia, como si quisiera impedir mi felicidad sumiéndome en la incertidumbre de algún día perder aquello que ni siquiera he creado.

Hoy, me he descubierto especialmente sola. O casi sola, pues esa amiga ha venido a decirme justo lo que quiero escuchar. Puedo sentirla cerca, desde lo más profundo de mi adolorido corazón, aprovechándose de esos momentos en que el día se nubla un poco para cerrarme las cortinas y dejarme en la oscuridad. Me tumbo pesadamente en la cama, cierro los ojos y puedo escuchar su tono tan maternal:

"No puedes engañarme, yo se que estás cansada. Haces tanto y al final no logras nada, ni lo que esperas de ti, ni lo que esperan de ti"
"Olvida tus problemas, te prometo que una vez conmigo jamás volverás a estar sola"
"Todo será más fácil, yo me preocuparé por tu futuro"
"Te espero en lo que piensas como llegar a mí"
"Mejor vamos a un bar esta noche, verás que nuestro encuentro parecerá casualidad"

Ha llegado a convencerme, quiero verla, quiero estar con ella, relajarme de una buena vez. Además lo que  yo quiero no puedo obtenerlo de aquí así que... ¿qué más da?

Por que al final de cuentas, nadie quiere estar con una lúgubre mujer que consume de los demás más energía de la que irradia.

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No estoy segura si he logrado reponerme del todo de este sentimiento, pero a la vez me preocupa que cada vez, con el menor percance, hacerlo se vuelva tentador. Al menos escribir sobre ello me ha dado un poco de calma, para el que le interese.

 
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