domingo, marzo 27, 2011
Escuche ruidos que daban a mi ventana, una muy bonita pero que había tenido que clausurar por las inclemencias del tiempo. Me asomé discretamente y miré a unos cuantos niños jugando con su pelota. "Están muy cerca", recuerdo haber pensado, donde la idea de un accidente me parecía lejana y poco probable, casi imposible. Dejé que jugaran cerca de mi patio, después de todo, no encontré manera de verme afectada por ello, mi ventana seguía clausurada y solo yo podría quitarle todas las protecciones.
El tiempo siguió pasando, a veces gritaban, a veces corrían. Yo los escuchaba pero preferí ignorarlos para no ver interrumpida mis actividades diarias.
Fue entonces cuando un golpe se escuchó tan cercano y tan fuerte que mi instinto fue asomarme a ver que pasaba. Entré en shock. Mi ventana tan querida había sido cuarteada y los pedazos del vitral estaban tirados por el suelo. Me sentí tonta en ese momento por no haber alejado a los pequeños a tiempo, pero que se podía hacer.
Decidida a arreglarla a como dé lugar, barría los pedacitos de colores y una idea tonta llegó a mi mente: "¿será que fue accidental o la han roto a propósito?". La única manera que encontré de comprobarlo era esperando a que los engendritos tuvieran la decencia de acercarse y reparar el daño, o salir corriendo despavoridos.
"¡Maldición!" Las nubes se arremolinan en el cielo, oscurecen el paisaje y una brisa intensa comienza a colarse por el espacio vacío que solía cubrir el vidrio. Desesperada, intento acomodar los papeles de la mesita que dejé sin cuidar, confiada de que nada los haría moverse de su lugar. En un instante todo se vuelve un caos, papeles en el suelo, las cortinas ondeándose impetuosas desde su origen y mi campanilla de viento sonando como nunca. Maldigo tanto desastre, más en el fondo agradezco esa frescura que entra a mi hogar.
Cualquiera en mi lugar, buscaría una manera provisional y rápida de tapar tremendo agujero causado por la insensatez de los niños, quienes no sabían que esas cosas pasan. No les he llamado la atención, y juro que en cuanto tenga la manera, tomaré un par de cartones, un poco de cinta y taparé ese hoyo si las cosas empeoran. A fin de cuentas, es el proceder lógico. No conozco a nadie que guste de que las ráfagas de aire, la lluvia y los mosquitos invadan su santo hogar.
Por el momento, mi ventana sigue rota, haciéndome recibir ese pequeño indicio de gran tormenta. Y de los pequeños... ni sus luces.
